Juzgar es fácil, tan solo basta escuchar algún rumor, prestar oídos a habladurías o simplemente tirar de tópicos popularmente aceptados. Juzgar con justicia, con apertura de miras, usando la balanza para medir cada gramo de lo bueno y malo, ponerse en el lugar de los demás y tener en cuenta las circunstancias….¡Ah! eso sí que es difícil.

Quizás es culpa de todos, nos dejamos llevar por la corriente y solemos callar cuando nuestra opinión difiere de las demás por miedo a no ser aceptados por nuestros semejantes. Hemos asumido que las cosas malas llaman más la atención. Todos los días nos bombardean en periódicos, radio, internet o televisión con una cantidad de noticas, tan malas, que cualquiera diría que no hay nada más importante. Casi nunca se habla de lo bueno, no se mencionan los descubrimientos científicos que salvan vidas; los buenos samaritanos; las iniciativas multitudinarias que pretenden cambiar el mundo a mejor…pero no, parece que eso no interesa, no vende y no es motivo de admiración.

Llegamos a un punto en el que, tanta negatividad genera precisamente eso: negatividad. Es difícil salir de una espiral de prejuicios y rumorología, al final es sencillo dejarse llevar y admitir una papel que no has elegido interpretar y que simplemente te ha sido asignado.

Evidentemente todos somos esclavos de nuestras circunstancias hasta que somos conscientes de que las cosas no son como nos las cuentan, sino como son realmente y como hacemos que sean.
Nosotros hemos decidido ignorar a aquellos que nos quieren decir como somos, preferimos contarlo nosotros y si no te termina de convencer nuestra historia…ven y conócenos.